Esta crónica está incluida en la revista La Marrakech de Juan Goytisolo
Juan Goytisolo se despidió para siempre de su amada Marrakech un cuatro de junio de 2017 a los 86 años. Fue enterrado al día siguiente en el cementerio civil de la ciudad de Larache, junto a su mayor inspiración, el escritor francés Jean Genet. Ahora, desde la eterna calma, y casi a vuelo de pájaro, contemplan juntos el constante devenir de las aguas del océano Atlántico.
Después de visitar el fondo Juan Goytisolo, ubicado en el Instituto Cervantes de Tánger, decidimos emprender un viaje hacia Larache, una ciudad portuaria situada en el litoral atlántico, aproximadamente a unos noventa y cinco kilómetros de donde nos encontrábamos. Nuestro taxista nos esperaba en la puerta del centro para llevarnos al que sería el punto final de nuestro viaje, el cementerio civil de Larache, donde un cinco de junio de 2017 fue enterrado Juan Goytisolo. Como el título de la obra del escritor Mohamed Alakay, nos encontrábamos entre Tánger y Larache, empezando una ruta en la que recorreríamos parte de la costa avistando la inmensidad del atlántico y las características playas bañadas por el caudaloso río Lukus.
Nuestro taxista, después de más de una hora de trayecto, parecía desconocer la ubicación exacta del cementerio. Reacio a sucumbir a las facilidades de la tecnología y preguntando indicaciones a los locales para llegar al “cementerio español”, nos presentamos en otro antiguo cementerio de los tiempos del protectorado español (1912-1956). En Larache existen dos cementerios españoles, ambos mixtos, con enterramientos civiles y militares. De nuevo, y con algunas dificultades, nos dirigimos rumbo a nuestro destino inicial. Finalmente, cuando conseguimos llegar a la calle donde se encontraba el cementerio, nuestro conductor quiso señalarnos un edificio que decía ser un hotel de lujo, con pensión completa y vistas espectaculares al océano Atlántico. Se trataba de la cárcel. Una prisión que dibujaba una postal un tanto contradictoria. Ya delante de la puerta de hierro del cementerio nos recibió un adolescente acompañado de un perro, cuyos ladridos habían anticipado nuestra presencia: «¿Jean Genet?», «Goytisolo», respondimos. Una vez dentro, nos acompañó al lugar exacto en el que se encontraban las tumbas de ambos. Estábamos delante de uno de los binomios literarios más inspiradores sobre los que nos habíamos documentado hace meses. El impacto inicial no fue fácil; sentir la figura de Juan tan viva durante todo el viaje nos hizo observar con cierto recelo su tumba.
“Juan Goytisolo. Escritor. Barcelona 1931- Marrakech 2017”. Es lo único que había escrito en su tumba. Una tumba bañada aquel día por la poca luz de un cielo grisáceo y ubicada de forma paralela a la de Jean Genet, en la que solo se leían también sus fechas de nacimiento y fallecimiento (1910-1986). En un acto de improvisación arrancamos un par de flores amarillas y las colocamos en la tumba de Juan. Pensamos en lo enriquecedor que hubiera sido conocerlo: «¿Le hubiera gustado el proyecto?» nos preguntamos. Lo cierto es que, mientras nos planteábamos estas cuestiones, nos seguía invadiendo una sensación de desolación. La imagen general de este cementerio no es la que uno inicialmente puede pensar. Es un espacio completamente marcado por la impersonalidad de todos los que descansan privados de reconocimiento. Un cementerio castigado por el desuso y en el que las malezas parecen haber arraigado hace mucho tiempo. De hecho, fue reabierto a propósito en 1986 para recoger los restos de Jean Genet. Un mal estado que, sin duda, contrastaba con las vistas marítimas que se divisaban desde aquella pequeña bahía.
Nos habían comentado que en este cementerio habitaba en una casa, junto a su familia, un guardia encargado de conservarlo y custodiarlo. De nombre Mustafá, decían, había conocido y entablado amistad con Juan. Por ello, decidimos acercarnos a la vivienda con la intención de hablar con él. Preguntamos al adolescente que nos había recibido al inicio, quien afirmando no entendernos, nos señaló otra casa fuera del cementerio. En un intento en balde, decidimos poner punto y final a nuestra despedida de Juan. Era el momento de volver a Tánger.
En el camino de vuelta, empecé a recapacitar sobre el hecho de que se hubiera respetado el deseo de Juan de ser enterrado en Marruecos, en un cementerio que no perteneciera a ninguna religión. Quizás era un buen final, acorde a la coherencia que lo caracterizó en su ser y en su hacer. Miro a mi amigo que, absorto, escribe en su libreta. Pienso en el poder inspirador del viaje. En este lugar marroquí, donde termina la vida, acaba de nacer una nueva inspiración. Pienso también en las palabras que Aline Schulman, su traductora al francés, pronunció el día de su entierro parafraseando a Federico García: «La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un español tan claro y tan rico en aventuras». En ese preciso momento me doy cuenta de que nos hemos dejado unas pertenencias en el cementerio. Es nuestra última oportunidad para despedirnos de Goytisolo. Y de Jean Genet.
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