Juan Goytisolo, durante su peregrinaje intelectual y su ruta migratoria, desarrolló una profunda identificación con las cigüeñas, unas aves muy respetadas en todo Marruecos.
Esta crónica ha sido publicada en la revista La Marrakech de Juan Goytisolo
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«Una antigua leyenda bereber dice que las cigüeñas son seres humanos que, a fin de viajar y recorrer el mundo, se transforman en aves migratorias y, cumplido el objetivo anterior, regresan a su tierra y recuperan su anterior condición». Así comienza una de las crónicas de Juan Goytisolo en Marruecos a vuelo de pájaro (2010), quien se identificaba profundamente con ellas.
Juan había leído en algún periódico que vivía al ritmo de las cigüeñas, que viajaba a Europa y regresaba con ellas al Magreb, una metáfora que le gustó y que parecía ajustarse a la realidad: París, Almería, Barcelona, Estambul, Beirut, Sarajevo, Tánger o Marrakech fueron algunos de los sitios en los que decidió volar o anidar. En Marrakech, por las tardes, le gustaba desplazarse a la Plaçe des Ferblantiers -Plaza de los Hojalateros- un rincón peculiar de la Medina circundado por talleres de productos de metal y ubicado tanto al lado del Palais El Badi -Palacio El Badi- como del barrio judío de El Mellah. Allí, en la terraza del palacio, admiraba el reposo de las cigüeñas, un ritual que es posible realizar hoy en día: «La contemplación de las docenas de nidos asentados en las esquinas del viejo recinto me concede una envidiable serenidad. Después de una jornada de trabajo y lectura encuentro allí la calma que necesito», escribía.
Como Juan, decidimos ir a contemplar las cigüeñas. Desde la plaza Jamaa el Fna son aproximadamente unos doce minutos caminando. Una vez en la Plaçe des Ferblantiers, circundada de palmeras, quisimos buscar una antigua fuente en la que alguien había escrito “Barçalona”, algo que le recordaba a su ciudad natal. Después de varios intentos, alguien nos comentó que la plaza había sufrido recientemente algunas remodelaciones y que, lo más posible, es que ya no existiera. Mientras tanto, una majestuosa cigüeña situada en uno de los extremos de la muralla nos daba la bienvenida. Decidimos entrar en el Palais El Badi, el que actualmente constituye uno de los puntos clave en el recorrido turístico de Marrakech. Este fue construido a finales del siglo XVI por el sultán Ahmed al-Mansur para conmemorar la victoria sobre el ejército portugués en 1578, en la denominada Batalla de los Tres Reyes, y posteriormente destruido por el sultán Moulay Ismail, para borrar todo rastro de la dinastía de los Saadíes. Ahora, en este espacio inspirado en la Alhambra de Granada, las cigüeñas son el linaje que custodian sus muros rojizos desgastados por el tiempo. Las indiscutibles “propietarias” de su vasta explanada poblada por numerosos turistas y naranjos.
Después de nuestra visita al palacio, nos dirigimos a un restaurante cercano, el Café Terrasse Palais El Badi. En él, otra cigüeña, esta vez ilustrada en el menú, fue la encargada de asegurarnos de que nos encontrábamos en el lugar idóneo. En la terraza, degustando un cuscús típico de la gastronomía marroquí y mientras Youssef, nuestro camarero, nos enseñaba algunas palabras básicas en árabe, continuamos el rito de observación de cigüeñas. Durante aproximadamente dos horas, estuvimos viendo una cigüeña inmóvil. «¿A qué se dedicará?», nos preguntamos. Goytisolo fue capaz de clasificarlas por profesiones: «Las que posan en el repetidor de televisión, ingenieras. Las que anidan en los alminares de las mezquitas vecinas, místicas», imaginaba. Incluso se permitió impartir justicia entre ellas, lanzando piedras contra los nidos si veía algún robo de comida o un ataque entre ellas. En ese momento nos acordamos de cómo en 1996 Juan acogió en su casa a una cigüeña que no podía volar, debido a una caída desde las murallas que teníamos a nuestras espaldas. Una imagen que, afortunadamente, quedó inmortalizada en la portada de su libro Las semanas del jardín (1997), novela en la que se encuentra un relato inspirado en la leyenda bereber “Los hombres-cigüeña” del catalán Domènech Badia i Leblich (1767-1818), que a principios del siglo XIX, emprendió un largo viaje por Marruecos y los países islámicos pertenecientes a la zona mediterránea. Decidimos despedirnos de las cigüeñas que, con su crotoreo, parecían también saludarnos. Nos veremos en Europa, pensamos.
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