Postales en Ait Ben Haddou: una puerta al desierto
- Elena Hita Piera
- 13 may 2020
- 2 Min. de lectura
Este relato ha sido publicado en la revista RGBViajes
“La puerta del desierto” prometían los vendedores de excursiones en la plaza Jamaa el Fnaa de Marrakech, intentando convencer a los turistas para realizar un inolvidable viaje a la ciudad de Ouarzazate, ubicada en la región de Draa-Tafilalet, en la cordillera del Atlas marroquí. El atractivo de la descripción podía llegar a ser irresistible; lo cierto es que las puertas siempre han tenido una dimensión metafórica maravillosa, revelando una función primigenia de nuestro movimiento físico y desplazándonos hacia nuevas realidades. En este caso se trataba de una postal en la que el ir y venir de parajes verdosos del Atlas, teñidos paulatinamente de amarillos y ocres, tomaba protagonismo.
Los 197 kilómetros que separaban ambas ciudades conducían a una fortaleza bereber que reunía a un pueblo protegido tras una muralla: se trataba del ksar de Ait Benhaddou, una ciudad fortificada, probablemente del siglo XI, hecha de adobe, ese material de arena, arcilla, agua y material orgánico que fascina a la vista por su falsa apariencia de fragilidad, en contraste con su solidez a la sí temida fragilidad del paso del tiempo. Una construcción que emergía de un paisaje presidido por el valle del río Ounila, aquel que supo reflejar con tanta precisión el pintor francés Jacques Majorelle. De nuevo, habíamos dibujado inconscientemente una postal de un “submundo” emocionante, una fortaleza ocre que ejercía de “puerta” hacia la inmensidad del Sáhara y que fue uno de los mayores puntos estratégicos desde el que controlar la ruta que unía la antigua Sudán con las ciudades imperiales de Marrakech, Fez y Meknés. Ahora, que la autenticidad parece expresarse únicamente a través de reconocimientos, es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1978.
Lo cierto es que en Ait Benhaddou se producía un tremendo choque cultural debido al desconcierto que creaban centenares de turistas dispuestos a corroborar la típica postal marroquí creada en el imaginario colectivo. La combinación de la falta de implicación del guía, junto con la fugacidad de la visita, hicieron imposible contemplar, en el sentido más extricto de la palabra, la construcción que teníamos delante de nosotros. “¿Existe tiempo para la reflexión en este modelo de turismo?”, me preguntaba. De Ait Benhaddou, que proviene de una frase bereber, decían que significaba “sin ruido”. Precisamente pensaba en las palabras de Martín Caparrós, autor de Postales (2018), esas que dicen que para cierta belleza no hay términos y que el silencio suele ser el mejor homenaje. Me daba cuenta de que esa postal hablaba por si sola: la majestuosidad de la mirada azul de Peter O’Toole en Lawrence de Arabia (1962) y otras películas como Edipo Rey de Pasolini (1967) o Troya (2004) ya habían hecho de Ait Benhaddou una auténtica postal cinematográfica.
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